AÑOS EN BLANCO
Bruno Marcos
A propósito de el calvo, cuánta razón le he dado últimamente. Nosotros le seguíamos sin cuestionarnos nada, de fiesta en fiesta, aprovechando la energía que derrochaba por doquier. También nosotros hacíamos el mundo propicio para que así fuera, para que su enorme potencial se desarrollara.
Él ya barruntaba que, después, todo sería una mierda, que vivíamos un tiempo venturoso en medio de ningún sitio, unos años en blanco, donde nuestra propio anonimato nos confería una libertad inigualable.
Cuántas veces, en medio de esta vida gris que se nos impone, me he acordado de él como de un bastión de la vida contra todo. Todo con él era irrisible, ridículo, servil, menos el valor absoluto de la risa y el sexo. Nosotros sabíamos que al final de eso habría que fundar algo, algo directamente relacionado con la supervivencia. En ese punto es en el que él, rebelde mucho más que nosotros, empezó a perder pie. Entró por el escollo del futuro en el túnel de sí mismo, la violencia era parte de esa resistencia, las peleas, las broncas... Se hartó de decirnos en París que todo era humo, que todo el mundo que se había dedicado a la cultura acababa renegando de ella. Recuerdo su última y casi única creencia en la creación cuando escribió un guión para una película cuyo germen era el cuadro de Alenza en el que se parodia la idea del suicidio sublimado romántico. Creo que, en el fondo, era una especie de soñador de la realidad, un vitalista puro que de tanto pedirle a la vida vida la vuelve un sueño.
De pronto se encontró en medio de ninguna parte solo, acabada una desdibujada peripecia esperpéntica de prórroga de juventud, abocado a una vida como la de los demás. Yo me curé escribiendo hasta amansarme y él huyó, primero a una isla, después al monte, a la naturaleza, y, luego, dejó de enseñar vagamente a hacer arte, para volar, definitivamente a las antípodas.
No sé si en su visión, profundamente realista, cabrá visualizar lo muy simbólico de su viaje. El otro día me llegaron fotos suyas desde Australia. En ninguna de ellas aparecía nada singular, ni un monumento, ni una ciudad, a penas ni él, sólo recortes enigmáticos de un mundo extraño y desértico: un cocodrilo por el suelo, un cartel que avisa de que uno se adentra en un desierto inescrutable...
Espero que vuelvas.
4 Comments:
empezamos a hacernos viejos cuando empezamos a recordar tiempos pasados
cada vez más tus artículos son un ejercicio de nostalgia
Todos necesitamos el vitalismo salvaje del calvo para apreciar, lo que nos parece, nuestra monotonía.
Buen ejercicio de nostalgía y a la vez de crear misterio. ¿Tan salvaje fuiste en el pasado?. El misterio atrae a los lectores...
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